¿Cuántos regalos debe de tener un niño?

Yo no puedo asegurarlo. Pero tenía mi propia opinión. Y por lo visto, a poco que busques la respuesta si utilizas tal cual el título de la entrada, no andaba equivocado. Algunas de las cosas que he leído son que tres es el número máximo recomendado. Por encima de eso, el efecto es bastante perverso: cuando reciben más regalos de los que pueden captar su atención reciben el mensaje de que son fáciles de adquirir y reemplazar. Mal asunto para el futuro adolescente y adulto que un día serán.

El caso es que me pregunto de donde ha salido esta forma de actuar para con ellos. Me refiero a que los que regalan son en muchos casos gente que tiene mi misma edad pero que al igual que yo no vivimos una infancia en la que nuestros padres, etc. actuasen así con nosotros respecto a juguetes o regalos. Es decir, no puede ser un comportamiento aprendido. Y tampoco venimos por lo general de clases sociales que nos hayan dejado marcados por una escasez que pudiese justificar este comportamiento tan extraño. En mi caso no ha sobrado ni faltado. Entonces ¿de donde viene esta forma de comportarse? No me lo explico.

El caso es que estoy convencido que estas y otras situaciones no pueden dar lugar a nada bueno. Exagerando someten al niño a circuitos de recompensa que duran un pis pas y que le conminan a buscar placer adicional consumiendo más estímulos. Da igual que sea tele, videojuegos, tebeos o más juguetes. Todo por la sensación que sobreviene a la efímera emoción que sienten cuando reciben el regalo. Algunos diréis: «tampoco es tan terrible». Pues os adelanto que cuando tenga quince años no serán juguetes. Y con treinta tampoco. Vosotros veréis.

Pues ya me queda poco

Para los cuarenta, que nadie se alarme -caen este mes-. O se alegre. Espero que hayáis disfrutado de las fiestas y os deseo lo mejor. Pero en general. Nada de para este año y el que viene dios dirá.

Yo, por mi parte, he aprovechado para hacer de todo un poco desde la última entrada. Por cierto, he recibido alguna pregunta sobre si había cambiado en algo de opinión sobre seguir escribiendo y la verdad es que me ha sorprendido. Lo más que puedo aclarar es que no… estás idas y venidas dependerán de vacaciones o planes similares. No seáis. Hay cientos de miles de blogs con los que entretenerse.

Además en estás fechas a todo el mundo le da por cosas que a mi no me tocan: balances, propósitos. O para ser más exactos que no me toca hacer de esa manera. No tengo un listado de diez cosas para este año ni, por estar en diciembre, siento que haya cosas que vaya a corregir. Vamos que me siento bastante bien. Así que por aquello de comprender que lo que sea funciona, no preveo una época de grandes cambios más allá de los que se produzcan simplemente por esto tan curioso que supone simplemente vivir.

Mañana habrá entrada. Aunque tengo que pensar algo sobre lo que me apetezca escribir.

No sigas al del mapa

La semana pasada hablaba con alguien que me contaba que había tenido que castigar a su hijo porque hablaba en clase. Aunque además ya le habían bajado también las notas por eso mismo. Con seis añitos. Como el caso me resulta familiar, me salió preguntarle si realmente se creía la razón que utilizaba para hacerlo. Porque le contaba que yo, personalmente, no consigo hacerla mía. Estuvimos conversando un rato sobre lo que se entiende son convenciones que se deben, por serlo, respetar. Y lo que se podría esconder realmente detrás. Tienen virtudes. Permiten, por ejemplo, que salgas a la carretera con alguna certeza de que cumpliendo ciertas normas y haciéndolo asimismo los demás, puedes llegar al destino sano y salvo. Sin contratiempos. Y así muchas otras cosas que no creo que ninguno quisiéramos discutir. Pero suponen a su vez, en algún modo, una práctica de represión, independientemente de que persigan ayudar, por ejemplo, a un niño, a convertirse en un miembro adaptado a esta sociedad. Algo con lo que en principio solo gana de verdad, de verdad, siendo sinceros, la propia sociedad. A costa de lo que sin la represión podría ser probablemente ese niño, si se le presume como a cualquier ser humano, algún potencial para algo útil y no estandarizado. Quien sabe. Como el de contar historias.

No soy conspiranoico. No hablaría de un plan urdido por terceros para convertirnos en esos individuos con los que sostener esta sociedad. Y no hablo de ello porque otros lo han hecho en la ficción o en la práctica muy bien antes que yo: Charles Chaplin en «Tiempos modernos» (1936), las diversas dictaduras (Hitler, Franco o Fidel Castro), democracias en sus diferentes versiones (educación para la ciudadanía si o no, religión si o no, etc.), etc. ,etc. Nos educan para eso desde niños. Y bajo el amparo de esa educación, sitúan un premio futuro que, cuando creces, descubres que no existe como tal. Porque solo supone el paso de una etapa a la siguiente: familia, trabajo, dinero, etc. Insisto, no descubro nada importante: si leéis a Ken Robinson le oiréis contar el origen de nuestro sistema educativo en las necesidades derivadas de la Revolución Industrial y como se ideó para que proporcionara trabajadores cualificados que empezaban a ser necesarios para incorporarse a nuevas industrias en manos de viejo dinero. O también le oiréis contar escandalizado como a niños en Estados Unidos se les diagnóstica y medica por déficit de atención por hiperactividad por cosas similares a las que empezaron la conversación que os contaba al principio de la entrada.

No conozco ningún adulto que hable de su vida en términos que corroboren que es feliz con aquello que se nos dijo que nos haría felices. Así que descartada que la practica en convenciones sea una salvaguarda para no sufrir y, asumiendo que en la práctica sufrimos aun sujetándonos a ellas, quizás -o sin quizás- sean esas convenciones el origen de nuestro sufrimiento.

Os dejo una traducción libre de un fragmento de un libro de Seth Godin -«The Icarus Deception»- en el que cuenta como atrapar a un zorro astuto, como punto final. Ah! Otro día os contaré el porqué del título.

«Construye una valla de madera de dos metros de largo en el bosque. Coloca un poco de cebo y desaparece. El zorro es demasiado astuto para dejarse atrapar en una trampa sencilla. Te olerá y evitará la cerca durante días. Pero con el tiempo, terminará por ir y comerse el cebo. Cuando lo haya hecho, construye una segunda valla en ángulo recto a la primera. Deja más cebo. El zorro evitará la cerca de nuevo por unos días. Pero también terminará por volver para comerse el cebo. Construye entonces una tercera pared y una puerta. Deja más cebo.

Cuando regreses, el zorro estará feliz en su nuevo recinto de seguridad. Todo lo que tendrás que hacer es cerrar la puerta. El zorro estará atrapado.»

Esta historia describe de otra manera aquello que nos pasó. La Revolución Industrial supuso el comienzo de la construcción de la trampa en la que estamos. Una construcción que, como en el cuento, se abordó con tiempo e inteligencia. Corrigiendo lo necesario. Y nos dejamos seducir. Del cebo hablamos como la tierra prometida a todos los niños: salario, premios, futura felicidad -como si no lo fueran-. Seducidos nosotros por la aparente seguridad del recinto… pero de verdad ¿queda dueño fuera de ese recinto? ¿no se ha ido ya? Ni tu ni yo. Pero hay gente cerca de ti que parece que empieza a morirse de hambre. Algo que podría pasarnos también a nosotros. Tan socializados que preferiremos permanecer juntos y acurrucados esperando todavía instrucciones. Cuando lo inteligente es no hacerlo. Piénsalo: de eso hablan quien nos habla de como han conseguido alcanzar la felicidad.

De verdad, apúntate a yoga o algo

Es que estás atacao y yo no lo entiendo. A ver: vives en el puto primer mundo. Y por ello eres, te pongas como te pongas, un auténtico privilegiado. Si tanto estrés te provoca Europa múdate a África. Igual se te pasa. Y de verdad, que no te lo digo por mí. Que por lo que a mí respecta me da bastante igual porque además he renunciado a la antigua cutrez que suponía tratar de aliviar el dolor ajeno. Pero es que o eso o te acostumbras a ver como doy la vuelta cuando te veo de lejos. Mira, de verdad, si yo te creo cuando me cuentas todo lo que crees que va mal. Si es que además no te quito la razón, pero es que saltar a la mínima con cualquier cosa, va a ser que no tiene nada que ver con eso. Y de la misma manera que no me hago una radiografía si no la necesito, tampoco me expongo si nada me obliga a ello a esa otra clase de radiación.

Con todo el afecto y la compasión que puedo atesorar: si has leído esto y por un instante te has sentido aludido o aludida, recapacita. En ti se encuentra lo que te ocurre y de ti depende únicamente que eso pueda cambiar. Si repasas cualquier día y te reconoces irascible es porque te encuentras mal, lo entiendo. Pero ni yo tengo la culpa ni voy a hacer nada por contemplarte. Ayer hablaba de como lo que finalmente haces te acerca y te aleja de algunas cosas. Si no te sale de otra manera imita a quien quieras parecerte porque creas que le rodean cosas que te apetecen, porque algo hará para que así sea. Pero instalarte en ese otro estado no va hacerte ningún bien. Y si esperas por lo menos poder culparme por ello al final, que sepas que tendrás que hacerlo por correo. Porque lo que es delante de ti, no me vas a pillar.

Cerca y lejos veinte años después de Coco

Tras haber estado la semana pasada al borde la muerte –ejem, vale, en realidad con lo que vino a ser un catarrazo infernal- vuelvo a escribir. Con dudas. En la última entrada contaba que había conseguido hacer “algo” que no sabía hacer. Eso ocurrió un miércoles. El jueves me levanté dándole vueltas a cuanto me duraría esta vez esa sensación de felicidad y el viernes comprobaba que ya no quedaba gran cosa. No puedo seguir en ese plan. Me he pasado estos cuarenta años quemando esos instantes. Otras personas viven de haber conseguido uno de ellos toda su vida. Y yo los olvido prácticamente en el momento en que han tenido lugar. Pero es que además no solo es eso. Quizás si eres alguien que no me conozca de hace demasiado no puedas saberlo, pero he llegado hasta ti en ese movimiento perpetuo de avance que no sé si quiero parar. Y en ese avance llego alejándome a su vez de otras personas, otros momentos y otras situaciones. De las que una vez estuve tan cerca como ahora lo pueda estar de ti. En realidad creo que todo lo que hacemos, todo lo que pensamos, se traduce finalmente en una variante de esa situación. Por ejemplo ¿qué a mi madre le haya puesto whatsapp la aleja o la acerca de mi padre que no lo utiliza? ¿qué este a años luz de lo que sabía el año pasado qué crees que hace que ocurra respecto a ti? ¿debemos renunciar o debemos continuar? Al final para todos se trata de eso. A mi hasta ahora saberlo me ha tirado de un pie. Voy a tratar de equilibrar el asunto para lo que me queda por delante. Así que recuerda esto y trata de no olvidarlo: si hay algo que deseas continuar haciendo y te aleja de otra cosa que no quieres perder, tendrás que equilibrarlo haciendo algo, al menos, que te acerqué. No hay más.